viernes, 5 de febrero de 2016

El tercer ojo, la Ayahuasca


Antes de la llegada de Cristóbal Colón a América los pueblos y culturas ancestrales gozaban de total libertad para realizar sus prácticas culturales, entre ellas, las ceremonias religiosas. En estas, uno de los recursos más interesantes y sabios era el empleo de plantas sagradas con las cuales, otorgaban vida y características a sus dioses, como el sol, la luna, los ríos, las aves, las montañas, etc. 

Tales plantas, sagradas y mágicas, como la ayahuasca y la coca, que para los distintos pueblos indígenas aborígenes, eran fundamentales recursos con un alto valor ceremonial, para la civilización occidental a lo largo del tiempo se convirtieron en psicodélicas y psicoactivas, trasladándolas a usos menos sagrados e ilícitos. Eliminando de esta manera, el gran valor cultural y mitológico de las mismas. 

A lo largo del tiempo, también, la tradición oral ha mantenido los diversos relatos y narraciones que permiten leer como los indígenas explicaban su mundo y su entorno de formas fantásticas, imaginativas, mágicas, que sin duda son extraordinarias para comprender la sabiduría de los pueblos ancestrales. 

A continuación uno de los mitos en torno a la planta de la ayahuasca, ayaguasca o ayawaska. Es una planta que crece en las selvas amazónicas de los países ribereños de América. Según el científico ecuatoriano Plutarco Naranjo, esta planta “ha sido utilizada por numerosas etnias aborígenes y cada una tiene su propia mitología relacionada con ella. Los Shuar y Achuar (ecuador) la denominan Natem”

Hace mucho, mucho tiempo existió un hombre sabio. Tenía vasta experiencia y sabía todo. Podía ver el pasado y vaticinaba cuanto iba a suceder. Veía el tiempo y el clima. Sabía cuándo iban a producirse tempestades o huracanes. Él aconsejaba lo que la tribu debía hacer. Cuándo debían los hombres salir de cacería o de pesca y cuáles eran los iwan-chis (portadores del mal espíritu).

Así mismo, él aconsejaba al uwishin (chamán) cómo debía efectuar las curaciones, cómo debía proteger la salud de los miembros de su grupo. Este viejo sabio se llamaba Natem. Pero Natem no podía permanecer eternamente con aquellos hombres; además, ellos debían convertirse en individuos maduros, fuertes como él, experimentados y sabios como él. Para ayudarlos dejaría su espíritu reencarnado en una misteriosa planta. 

Los hombres debían buscar esa planta y al beber su agua (extracto) beberían el espíritu de Natem; al sentir su mente iluminada, al ver el pasado y el porvenir, se darían cuenta de que indudablemente habían bebido el espíritu de Natem. Cuando un jovencito ha madurado lo suficiente, debe beber natem para convertirse en hombre completo. He aquí por qué la planta natem es de género masculino y por qué crece oculta en medio de la selva, en donde hay que saber descubrirla.

Otra versión del mito entre los quichuas de la Amazonía es la siguiente: Por aquellos lejanos tiempos se apareció a los más viejos de los viejos un gran hombre, un hombre-dios, robusto y tan fornido que podía dominar sin dificultad al tigre y la anaconda (la boa americana). Con sus ojos penetrantes veía el pasado y descubría los deseos de los antecesores. Les habló por una sola vez y les dijo: "Yo soy la-fuerza y la sabiduría, yo concedo los dones de la masculinidad. Soy el espíritu de los antepasados a quienes debéis honrar". Dicho esto se convirtió en una planta trepadora, muy resistente. 

La llamaron, entonces, ayahuasca, palabra compuesta de aya: muerto, por extensión, espíritu del antepasado, y guasca o huasca: cordel, soga y, por extensión, liana o bejuco; etimológicamente significa, pues, bejuco delos antepasados, bejuco mediante el cual se rinde culto a los antepasados. Bajo influencia de la ayahuasca, el chamán, el sacerdote tribal o el común de la gente, en la fase de visiones o alucinaciones, puede ver y dialogar con los antepasados y saber sobre sus deseos y necesidades, asunto importante a fin de satisfacerlos y evitar que el espíritu de los antepasados se resienta y envíe maleficios que condenen a la población.

Muchos de los pueblos primitivos desarrollaron el culto a los antepasados. Entre los quichuas y shuar los antepasados son protectores de sus descendientes y, por lo mismo, éstos deben rendirles el culto correspondiente. Este vegetal tiene muchos otros nombres en distintos grupos étnicos, o lingüísticos, así, por ejemplo: caapi, de origen tupí; entre los indígenas de la mayor parte del Amazonas y, sobre todo, del río Negro; yagé entre los tukanos, otros grupos de Colombia y los guajiros del Orinoco; nepe entre los aborígenes del Chocó.

La planta, en sus diferentes órganos, contiene varios alcaloides; uno de los más abundantes es la harmina y en menor proporción otros como la harmalina y el harmalol, que actúan sobre las estructuras cerebrales, bloqueando la acción de uno o más de los mediadores químicos normales, lo cual producen los estados alterados de conciencia, en diversa intensidad.

Fuente: Naranjo, Putarco (2012), Mitos, tradiciones y plantas alucinantes, UASB, Quito.