miércoles, 20 de septiembre de 2017

LA APARICIÓN DEL HOMBRE


BACHUÉ Y EL NIÑO
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El mundo existía. En toda la superficie de la tierra, en las extensas y verdiazules porciones del mar y en la corteza de los continentes y las islas había toda suerte de peces, montes, bosques, ríos y animales y bajo el cálido cielo vibraba el viento y con él se deslizaba el vuelo, unas veces tranquilo,
otras agitado, de las aves. 

Abundaban los frutos, los rebaños, las llanuras de verde esmeralda; y el sol infundía vida y también la renovaba. Y miles de insectos ponían en la atmósfera una orquestación de zumbidos. Sin embargo, algo faltaba.Faltaba el hombre. Entonces, en una larga laguna aposentada no lejos de donde ahora
está la ciudad boyacense de Villa de Leiva, ocurrió un suceso de maravilla:

Fue un día en que el sol parecía brillar más que los otros días y el cielo destacaba la limpidez de sus vestiduras adornadas con una que otra nube de blancura inigualable. El viento cantaba con voces que, aunque tenían alegre entonación, sin embargo anunciaban la cercanía de un acontecimiento formidable. Las dantas, los conejos, los perros salvajes y todos los animales fijaban sus miradas en las ondeantes aguas de la laguna, mientras que sobre ella se desplazaban, ascendían y trazaban semicírculos los cóndores, las águilas y varias aves menores.

De pronto los dardos del sol se precipitaron con más fuerza, el silbido del viento se hizo más intenso y todas las ondas de la laguna se arremolinaron y crecieron para construir una inmensa ola coronada de espumas que depositó en la orilla, con delicados movimientos, una hermosa mujer de piel morena acompañada de un niño de pelo liso y negros ojos que miraban asombrados los alrededores, las cadenas de montes enriquecidos por los bosques y las quebradas que bajaban hasta la meseta en donde, como una joya, se abría la laguna que acababa de arrojar de sus entrañas al niño y a Bachué, la joven mujer.

La pareja extraordinaria empezó a caminar y a recorrer las sabanas y las sierras y hacía amistad con los pájaros y luego construyó una casa pajiza en la que vivieron hasta cuando el niño se hizo joven y pudo casarse con Bachué. Los esposos comenzaron una dichosa existencia y pronto tuvieron el primer hijo. Y cuando esta criatura crecía y era capaz de defenderse sin ayuda, la dejaban en otro lugar para que la Tierra vacía se poblara poco a poco, de tal modo que los numerosos hijos que tuvieron Bachué y su esposo eran llevados a diversas regiones y allí se establecían y se multiplicaban mediante otros matrimonios, por lo que después de muchos años empezaron a verse en la barriga de las lomas y en la larga espalda de las llanuras varios pueblos con sus casas semejantes a la primera que edificaron Bachué y su marido.

Por último, la primera pareja que hubo entre nosotros se dijo que había cumplido con la tarea impartida por el dios Chimichagua, creador y origen de todas las cosas. Así que de nuevo regresaron a la laguna de San Pedro, dejando atrás su numerosa descendencia, después de predicarles a sus hijos, nietos y biznietos, los mismos consejos y las mismas reglas que luego repetiría Bochica.

Y ya al borde de la laguna, Bachué y su esposo hicieron un signo de despedida y convertidos en lustrosas serpientes se zambulleron en las aguas para jamás volver.

Fuente:  Solarte, Fernando: El hombre con cola de león: Leyendas indígenas de Colombia , 2011. 

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